UN FUEGO CON DENOMINACION DE ORIGEN
Esta historia va del Imperio Bizantino, ese vecino milenario y un poco aburrido que tenía que tener algo importante para seguir ahí dando guerra y de esa forma conseguir estar en boca del personal. No podían ser solo burocracia y mosaicos bonitos. Así que inventaron el «Fuego Griego», el equivalente medieval de un producto con una campaña de marketing imbatible. El primer fuego con denominación de origen.
Básicamente, el Fuego Griego era la bomba. ¿Cómo lo definimos?
- Arde en el agua: Lo cual es, técnicamente, una pésima noticia para los barcos y una gran noticia para la publicidad.
- No se sabe cómo se hacía: ¡Brillante! La receta era un secreto de Estado tan bien guardado que, de hecho, se perdió. Esto es como si una famosa bebida de cola no revelara la fórmula, sino que la olvidara por completo. Pero, eh, mientras tanto, funciona como un arma terrorífica militar. Se contaba en los corrillos y mentideros de Bizancio que un cristiano llamado Calínico fué el que trajo la fórmula.
Ahora bien, ¿cómo funcionaba esta maravilla de la ingeniería naval?
- El Combustible Secreto: Se mezclaban los ingredientes, añadiendo una pizca de misterio y una gran dosis de secretismo. La mezcla resultante era un líquido espeso y pegajoso que no solo ardía, siendo imposible el deshacerse del pringoso jarabe. Ardía incluso debajo del agua. Vamos, genial.
- El Lanzallamas Bizantino: El líquido se cargaba en una caldera presurizada. ¿Cómo se presurizaba? Probablemente con una mezcla de bombas manuales, pánico del personal y muchísima fé en que todo salga bien.
- El Sifón: Mediante un tubo de bronce, la mezcla era lanzada con un ruido atronador. No importaba si fallabas el tiro; el sonido por sí solo ya convencía al enemigo de que se enfrentaban a algo que no estaba cubierto por sus planes de seguro de flota. Era, esencialmente, una manguera de jardín prehistórica muy cabreada.
El Fuego Griego fue la prueba definitiva de que lo más aterrador no es el arma en sí, sino el misterio que la rodea. La leyenda de este líquido inflamable fue el mejor agente de relaciones públicas que Bizancio pudo tener. Y todo para un producto cuya formulación terminó siendo tan efímera como una llama sobre el agua. ¡Un aplauso para ese marketing magistral!